Fuimos testigos de los mil | Fútbol | Deportado

Fuimos testigos de los mil |  Fútbol |  Deportado

Algunos éxitos pueden marcar una fecha ardiente en la vida de quienes han sido testigos de su poder. La fuerza con la que uno intenta, muere o sufre tragedias pasar el tiempo después de ese momento es inimitable. El mundo entero recuerda lo ocurrido el 11-S. O donde estaba la pastilla del 11-M. En Italia sucede algo extraño a última hora del 23 de mayo de 1992, cuando la Cosa Nostra atacó a Giovanni Falcone ante el juez. Pero también se puede viajar en el tiempo de la forma menos dolorosa a través de la emoción inexplicable de algún milagro secular. Fui a Roma y esa noche terminé yendo a la fiesta en un bar del Trastevere con unos amigos y con el escritor y revista Martín Caparrós. No tenía muchas posibilidades de conseguirlo en cantidades excesivas, además de poder saberlo, para lo cual escribió una crónica de fiesta. Los New York Times, estaba acolchado por la noche. Lo que transcurrió 96 minutos después, hasta el sexto gol de Sergi Roberto, quedó inexplicable.

El PSG era ya entonces el que puede odiar el fútbol moderno y es el culpable de la inflación obscena en el mercado de fichajes. Así de bien se encarna en la carta del supervillano, en el año en el que cruzó en la Champions con el Real Madrid, algunos deseamos en secreto y por primera vez en nuestras vidas en el que la victoria llegó en el Bernabéu. El equipo parisino es nuestro comprando cosas por Internet sin estar allí y devolviéndolas allí porque nos parecemos a la modelo de la foto. Todo lo que se ofreció durante una década, gastando más de 1.700 millones de euros, no fue ni el favor ni el servicio para el único objetivo que tenía Qatar: ganar la Liga de Campeones. Su defecto también se encarnó en la virtud del fútbol: nunca podrá comprar un equipo de la verdad. Por eso ese cortocircuito sabía aún mejor. Y ahora comprobemos que el único con sentimiento que han incluido en ese catálogo que cada vez dice Nasser Al-Khelaïfi es el que tenemos en el banquete de la noche del 6-1.

La Liga de Luis Enrique humanizó al PSG y se transformó en algo parecido a un equipo casi por primera vez en la última década. Juegan, ganan, pierden y también sufren. Pero hay un sentimiento colectivo. Y Mbappé, con los dos pies fuera del club, es el último mohicano de esa obsesión compulsiva por comprar estrellas. No está claro si esto es lo que querría la monarquía qatarí cuando lo firmó. No cuando se obsesionó con otro jugador del Barça, iniciando una guerra que se resolvía cada agosto con la chequera: era evitando la salida de algunas de sus estrellas como Marquinhos o Verratti, o contraatacando con la compra de Neymar, que Probablemente hizo el mejor partido de su vida la noche del 6-1, tirando del carro y marcando goles y asistencias definitivas (el pase en el último segundo a Sergi Roberto también fue suyo). Sino de la sensación de que hoy nadie hablaba de Victoria.

Lo que dejaremos constancia hasta que comience el partido del miércoles en el Parque de los Príncipes, a cambio, será que en el minuto 86:47 del encuentro en el Camp Nou, el Barça ganaba 3-1 y no dejaba pasar. Fueron necesarios tres goles más que empataron con truenos en una tormenta. Lo que pasó esa noche fue tan impropio de la naturaleza que, cuando terminaron las entrevistas a pie de campo, no pensamos en celebrarlo. Subimos en silencio al lugar del Trastevere donde vimos el partido y nos fuimos todos a casa. Debería ser lo mismo que el filósofo Wittgenstein: “De lo que nadie puede decir nada, es mejor llamarlo”.

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